El tema del racismo y discriminación en discotecas limeñas nunca acaba. Esta vez lo volvemos a escuchar a raíz de la crónica de un periodista a quien se le negó el ingreso a La Sede. Más allá de la cólera e indignación algunos cuestionan la naturaleza de esta discriminación: ¿fundamentalmente racial o simplemente socio-económica? ¿Me discriminaron por cholo o por no manyar a la gentita?
Marco Avilés*: Cholo frente al mundo
El local se llama La Sede, queda en el lindo distrito de Miraflores, donde lindamente vivo, y allí acude la people más linda de esta linda ciudad; y ya que soy un lindo periodista de una de las revistas más lindas de este lindo país, el sábado último, 28 de julio, aniversario patrio, yo iba en pos de una linda cerveza para celebrar el inminente fin de la linda Feria del Libro de Lima, ensimismado en la lindura de una chica a la que esperaba encontrar allí, en La Sede, y quien me había prometido una linda noche de conquista;
así que estacioné el auto enfrente, me acomodé el saco, revisé mi solvencia económica, compré los cigarrillos de rigor, caminé los once pasos hacia la portería, solo y lindo, y, entonces, al tocar con mis manos la puerta tras de la cual fluía la música linda, el lindo bodoque que custodiaba el digno local me soltó el mismo cuento del cual, como periodista hogareño que soy, he tenido noticias lejanas y del que me he enterado a través de los diarios y a veces por los testimonios de feos amigos noctámbulos que osan frecuentar los lindos locales de moda:
Perdón, la fiesta es privada.
Debo repetir que iba solo, pues ya algunos de mis lindos amigos escritores y editores habían entrado al lugar apenas unos minutos antes, lo cual, evidentemente, me convertía en ese mismo instante, por lógica empresarial, en un simple y anónimo indeseable, modestamente vestido de seda, sin fama y sin credenciales que dieran cuenta de mi lindura interior: cholo frente al mundo.
Pero mis amigos acaban de entrar balbuceé, confundido.
¿De verdad? Esta es una reunión privada.
Le digo que mis amigos acaban de entrar.
¿Sí? Entonces llámalos por celular y que salgan.
Para mi vergüenza, confieso que pensé en seguir la linda sugerencia, pero mi lindo celular me informó en tres segundos que mi saldo de llamadas había expirado y, entonces, desesperado por la visión de que mi final feliz con aquella chica linda se esfumaba, desesperado por ese fatal destino, repito, se me ocurrió la denigrante idea de mencionar el famoso nombre de uno de mis lindos amigos que ya habían ingresado allí; por supuesto, él sí sin tener que batallar con ese lindo monigote amaestrado. Y, claro, cuando dije el bendito nombre (moralmente de rodillas), la puerta de la santa Sede se abrió, y allí, claro está, no había ninguna reunión privada (esto es obvio, ¿no?), sino el lindo paisaje de una afiebrada discotequita con ínfulas de pub, que de manera discreta se reserva el derecho de admisión, con sus lucecitas ad hoc y sus sillones muy lounge rebasados por la masa de gente nice que, supongo, estaba allí luego de haber pasado por el fino cernidor sin las molestias que yo sí tuve que enfrentar. ¿La chica de mis pensamientos bien valía la humillación? Los hombres a veces pensamos con las pelotas. Mea culpa. No debí entrar a ese antro de mierda.
No daré detalles íntimos sobre la manera en que concluyó esa deliciosa noche. El hecho es que precisamente ahora, domingo 29 de julio, 11 y pico de la noche, de vuelta en mi lindo hogar de Miraflores, y frente al monitor de mi linda computadora, trato de cumplir el sabio consejo que el maestro Ray Bradbury recomendaba para los aprendices: no dejar pasar un solo día sin escribir al menos mil palabras. Y en esas estoy, recordando el episodio de la madrugada anterior, y ya que he entrado en materia, terminaré señalando que no es mi intención denigrar ese local de mierda (bis) pues, todo lo contrario, me parece loable su sano sentido profiláctico de no mezclar in house gringa con inga y/o mandinga, o lo que los dueños de esa docta Sede pretendan preservar impoluto, libre de manchas y riesgos. Se agradece. Algún alto e ignoto cometido social debe tener la tarea segregadora. Por lo pronto, y ya en mi cauce hogareño, pienso en que lo más sano será no frecuentar algunos locales de diversión nocturna, específicamente La Sede, discotequita tercermundista bien que, si Dios es peruano y el alcalde de Miraflores existe, no debería funcionar un solo fin de semana más. Pero, por si eso no ocurre, me gustaría enviar un mensaje de paz y amor, insuflado como estoy de sentimiento patrio:
Señores de La Sede, vayan a segregar a la puta que los parió.
Feliz 28 retrasado.
Ps: En este país, ya lo decía el poeta César Calvo, a veces da ganas de nacionalizarse culebra.